Los viajes posibles (y cuando la educación pública te ayuda a llegar a espacios impensados)

Entre los meses de julio y agosto se realizó en el Centro Municipal de Arte (CMA) de Avellaneda una exposición que reunió los trabajos y libros fotográficos de cuatro artistas mujeres egresadas de la escuela de fotografía de esa ciudad, el Instituto Municipal de Arte Fotográfico y Técnicas Audiovisuales (IMDAFTA). La exhibición ocupó una de las salas del edificio conocido como “Casa de la Cultura” que antiguamente alojaba a aquel espacio de formación antes de su traslado a una nueva sede algunos años atrás. De esta manera, la exhibición se situó en el punto de partida inicial, o al menos convergente, por donde pasaron todas las autoras al inicio de sus carreras artísticas.

El título de la exhibición, “Viajeras”, aludía efectivamente al tránsito de cuerpos que se trasladan por diferentes tiempos y espacios, encarnando experiencias personales que toman diversos rumbos y se materializan creando múltiples narrativas.

En “361 piedras blancas y negras” Julieta Pestarino nos introduce en la milenaria cultura de Asia Pacífico a través de imágenes relacionadas con el Go, un juego de mesa tradicional de esa región del mundo. Observar este compendio de imágenes dispuestas de forma aleatoria, que une espacios geográficos lejanos, facsímiles con información y diagramas impregnados de un código desconocido, da lugar a una tarea de interpretación que, sabemos de antemano, será errática. Justamente allí es donde se encuentra la potencia de su obra.

Esta desorientación, característica de toda travesía que se emprenda, está presente también en “Piel de Agua” de Flor Aletta, que, a partir del azaroso resultado de un rollo vencido, nos lleva a la intimidad de un viaje familiar a través de una mirada que flota sobre el agua. ¿Acaso hay una paradoja más inquietante que encontrar lo ordinario sin estar situadxs sobre tierra firme?

“Luz mala” de Melisa Scarcella aparece cómo una sinécdoque imposible del duelo. La constelación de imágenes, llenas de texturas que evocan sensaciones amargas y punzantes, emerge como suspendida en el aire, al igual que sucede con el tiempo ante el dolor.

En “Donde la luna es ronda”, Agustina Tato construye, como en un sueño, una escenografía en donde se reúne con su familia. Se trata de un jardín nocturno cuya luz blanca ilumina su pasado, su presente y su futuro.

Con texto de sala de Flor Cosín, también ex alumna de IMDAFTA, “Viajeras” fue una exhibición que tuvo un agregado particular, sobre todo para quiénes estudiamos en ese lugar. Las paredes de la sala, en donde estuvieron esas imágenes, hace muchos años nos alojaron y fueron testigos de la construcción de una comunidad en la que forjamos lazos de afecto que al día de hoy muchxs sostenemos y nos sostienen. Siendo uno de los pocos espacios públicos y gratuitos para estudiar fotografía en Buenos Aires, la escuela de Avellaneda se convirtió en un semillero que, al día de hoy sigue formando artistas.

Personalmente, implicó también volver a mi territorio de origen, al barrio de mi infancia, y situarme en una experiencia corporal al mismo tiempo desestabilizadora. Como plantea Merleau-Ponty, “toda percepción supone cierto pasado del sujeto que percibe” y en este caso, al volver a visitar este espacio icónico para quienes lo habitamos, encontrar los elementos que permanecieron tras la remodelación se convirtió pronto en una divertida tarea, atravesada por la nostalgia, haciendo cálculos métricos mentales, buscando objetos y referencias que traigan a la memoria el pasado, tratando de unirlo con el presente. Lo que en un principio fue tomar un desvío rápido en mi rutina diaria, haciéndome un hueco para poder llegar a ver la exhibición antes de que cierre, se transformó, entonces, en un espacio para reflexionar sobre muchas cuestiones que atraviesan tanto mi experiencia personal como colectiva.

El retroceso en materia de políticas públicas educativas del gobierno actual, que ponen en peligro el acceso y el desarrollo sostenible de la formación terciaria y universitaria gratuita, me atraviesa no sólo como estudiante de la Universidad de Buenos Aires, sino también como parte del cuerpo docente de otra institución pública que imparte la misma carrera. Me resulta imposible dejar de preguntarme: ¿qué hubiese sido de nuestras trayectorias académicas si no hubiésemos podido estudiar fotografía de manera pública y gratuita?. ¿Qué oportunidades se van a perder mis estudiantes actuales al abandonar la institución por cuestiones económicas? ¿Cómo sostener a lxs que aún continúan y ven con temor la posibilidad de terminar sus estudios y de insertarse en el mundo laboral? ¿Cómo hacer para qué la pauperización de los salarios docentes no implique una reducción en la calidad educativa ante la necesidad del pluriempleo?

Ante la incertidumbre y el malestar que implica estar situadxs en el presente, debemos buscar en el pasado el futuro por venir. Estaexhibición trae a la luz la genealogía de una larga tradición de lucha en un contexto municipal institucional complejo y eso ha sido posible al existir una idea de pertenencia a una comunidad. La agencia del estudiantado se ha hecho visible a través de los diversos proyectos llevados adelante, desde la creación de cooperativas culturales, asociaciones comerciales hasta centros de estudiantes y festivales. Es necesario, y urgente, insistir en construir y reconstruir estos espacios de enseñanza con la potencialidad que tiene cualquier lugar de socialización que acuerpa deseos e intereses en común. Sobre todo cuando aquello está relacionado con el arte, espacio vital desde donde debemos desplegar la creatividad y la imaginación que permitan pensar en otros porvenires y sueños posibles.