Alejo Arcuschin y el sueño de vivir en el arte

Nació en Haedo, provincia de Buenos Aires en 1988. En 2009 comienza el taller con Roberto Fernández donde trabaja con diversos materiales y variadas técnicas dentro del campo de la pintura, la instalación y la escultura. Amplía su experiencia tomando talleres acerca de libros de artista y serigrafía. Profundiza su interés hacia el arte impreso y el mundo editorial investigando sobre el trabajo con pigmentos.  Crea y dirige El Local, su propio taller, que también es un espacio de arte abierto a la obra de distintos artistas. Arcuschin apuesta a un ida y vuelta artístico, a un intercambio colectivo que queda enriquecido entre “locales y visitantes”. El Local, ubicado en la avenida Juan B. Justo al 4300, se destaca por tener vidrieras que miran hacia el Arroyo Maldonado y que interpelan e invitan a mirar. Allí expuso, también, su propia obra mostrando Aguas inferiores y la muestra colectiva Tic Tac Tic Tac.

 

¿Cómo se inicia tu camino en el arte?

El recuerdo más persistente es de cuando me enteré que existían los terremotos, cuestión que me preocupó bastante. Tenía ocho años y quería hacer mi casa más segura. Tomé unos pedacitos de brea que sobraban en el asfalto, los calenté con un encendedor, y los apliqué sobre unas grietas de la fachada. Ese gesto infantil de sutura y trabajo con materiales diversos tiene algo en su germen que continúa, me motiva a hacer y me aquieta. Es que, de hecho, desde muy chico me gustó jugar con los materiales, me gustaban muchos las herramientas ¡Uno de mis sueños era ser chapista! Mis papás tenían muchos amigos pintores, así es que siempre fui viendo los climas de los talleres, un lugar para estar. En mi adolescencia uno de mis hermanos, Federico Mañanes, comenzó a estudiar artes visuales en el viejo IUNA. Entonces llegaron a mis manos un montón de materiales para probar, él me los prestaba, compartíamos ese mundo. En el 2009 comencé la experiencia de taller con Roberto Fernández. Ahí todo se potenció hasta el punto de llegar a querer vivir en el arte. Algo que jamás lo había pensado como una forma de vida, algo que siempre pensé en paralelo a otras cosas. Porque vivir en el arte, ¿cómo se hace…?

 

En el transcurso de tu carrera realizaste talleres sobre libros de artista, serigrafía y trabajo con pigmentos. ¿Cómo surge esta inclinación hacia el arte impreso y el mundo editorial?

El libro tiene algo mágico. Es el poder tocar, llevar, prestar; su ser nómade en su transcurrir. La posibilidad de trabajar con mi mamá, Gloria Arcuschin, que es escritora, me facilitó el cruce de la literatura como objeto artístico en sí mismo. Pero no se trata sólo del libro: los pigmentos y las distintas formas de imprimir se trasladaron a mi producción en pinturas y esculturas también.

 

La Gran Paternal es una iniciativa autogestiva nacida de las inquietudes de artistas que tienen sus talleres en el barrio; los une, además, a mi entender, una misma mirada sobre el arte y lo comunitario. ¿Qué importancia tiene La Gran Paternal en tu desarrollo artístico?

La Gran Paternal me dio la posibilidad de saber que estaba cerca de muchos artistas que viven o tienen su taller en el barrio. Eso genera una comunicación directa con experiencias de lo cotidiano, haciendo una gran red. Una hermosa sensación de energía en movimiento en un espacio geográfico especifico, compacto. Esta red es de contención, de información y de afectos nuevos. Me dio un contexto amable.

 

Dirigís un espacio-taller en el barrio de la Paternal. El Local es un espacio de arte abierto a la obra de distintos artistas. Es, también, tu propio taller. ¿Cómo nace El Local y cuáles son tus objetivos?

Hace unos años se desintegraba el taller en el que estaba instalado. Tenía que mudarme. Pensé en la posibilidad de trabajar mirando a la calle, otra fachada, y que la gente pueda ver un taller en su funcionamiento cotidiano. En simultáneo me pareció que tenía que tener buena iluminación y paredes blancas. Que sea un espacio de trabajo casi teatral. Es un local comercial, pero ¿qué se vende? Se trata de un espacio en movimiento permanente, siempre pensado desde el lugar donde se encuentra: a orillas del arroyo Maldonado.

 

El Local tiene vidrieras a la calle que interpelan, ¿lo habías pensado como un dispositivo? ¿Qué pasa con la gente que pasa?

Un local a la calle tiene algo muy curioso: cuando uno pasa mira para adentro ¡por más que no haya nada! Jugar con esa idea, poder mandar una información distinta a la que se espera de un negocio en una avenida como J. B. Justo, altura Paternal -donde se supone que lo artístico no es un destino-, me pareció un camino a explorar.

 

El año pasado el artista Juan Miceli realizó en El Local una instalación de tres esculturas de gran formato que llamó Mitze y dialogaba con tu obra Aguas Inferiores. ¿Cómo fue la experiencia de esa muestra compartida?

Colgué Aguas Inferiores en noviembre del 2020 en momentos de aislamiento aún, con la idea de que se vea sobre todo desde la vereda, pero utilizando el espacio completo. Mitze fue un encuentro, se movió mucha energía desde la primera vez que Juan visitó El Local y entendimos qué de eso se trataba: visitantes y locales. Estábamos cansados de la virtualidad, y la posibilidad de ver esculturas, tocar objetos y tener una charla en la vereda, terminó de ser ése el local que vende algo… pero no se sabe qué.

Una de las últimas muestras fue Tic Tac, una instalación colectiva que realizaste con Carolina Fernández, Roberto Fernández y Rodrigo Noya. ¿Qué significó para tu experiencia?

Tiene una cantidad de significados que aún no logro entender. Algunas cosas sé. Se trata de toda gente que quiero mucho, que tienen una forma de encarar la práctica artística muy especial, llena de trabajo y pensamientos profundos.

Otra reciente experiencia fue el Open Studio de Nicholas Quiring. ¿Cómo se desarrolla esta iniciativa?

Es una iniciativa que trabajamos en conjunto con La Paternal Espacio Proyecto, donde algunos de sus residentes hacen el cierre de su residencia en El Local. Fue una hermosa experiencia, especialmente por Nicholas, que introdujo algo que yo tenía dando vueltas; él lo profundizó en acto: la arquitectura y el arte pensadas en unidad.