Cultura colibrí, la contracultura argentina durante los 80 y 90.

El colibrí es una pequeña ave. Vuela rápido. Vuela hacia atrás, también. Una metáfora de la vuelta al pasado, a la memoria, a los recuerdos. La memoria, el arte, la cultura y las disidencias. Lugares para cuidar en épocas convulsas y para volver a ellos.

En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Av. San Juan 350, CABA) dentro del programa “El arte, ese rÍo interminable” se encuentra Cultura Colibrí, una exhibición que focaliza sobre el under, la contracultura argentina de los años ’80 y ’90, que atraviesa desde fines de la dictadura militar hasta el menemismo.

Cultura colibrí es una exhibición que sobrevuela y te invita a ser parte de la celebración como el trasfondo del dolor y la adversidad que afectó a los cuerpos, desde las desapariciones hasta el exilio sexual y la crisis del sida.

Alejandro Kuropatwa, Sin título, de la serie «Mujer», 2001

Curada por Jimena Ferreiro, con Fernando Noy como artista anfitrión y con la participación de artistas como Diana Aisenberg, Archivo de la Memoria Trans, Hugo Arias, Rubén Baldemar, Batato Barea, Mildred Burton, Delia Cancela, Chiachio & Giannone + Agustina Comedi, Marina De Caro, Sergio De Loof, Facundo de Zuviría, Diana Dowek, Martín Farnholc Halley, Alejandra Fenochio, Luis Frangella, Foto Estudio Luisita, Ana Gallardo, Santiago García Saenz, Edgardo Giménez, Alberto Goldenstein, Federico Klemm, Guillermo Kuitca, Alejandro Kuropatwa, Fernanda Laguna, Bárbara Bianca LaVogue, Alfredo Londaibere, Gustavo Marrone, Marta Minujín, Fernando Noy, Néstor Perlongher, La Chola Poblete, Omar Schiliro, Pablo Suárez, Juan Tessi y Carlos Uría.

El under porteño de los 80, escenario en donde variadas y excéntricas prácticas artísticas como: recitales, performances, unipersonales en teatros, bares, espectáculos de clown, improvisaciones y shows en discotecas funcionaron como bálsamo para desentumecer a rigidez dejada por la dictadura militar, sanar los escenarios quemados, prohibidos, censurados y vaciados y, también, para recibir y contener a la otredad. 

Una otredad de travestis, homosexuales y todas las disidencias que durante los 80 y los 90 vivieron al arte como una forma de existir.

Fernanda Laguna, Lesbiana, 2001

La celebración, el goce y también el miedo están en cada una de estas obras que son arte y resistencia.

“Insostenible, parto, harto”, escribió en 1981 Néstor Perlongher en una carta dirigida a su amigo Osvaldo Baigorria. Tras haber sido objeto de persecuciones, detenciones y todo tipo de violencias ejercidas por la última dictadura militar de la Argentina entre 1976 y 1983, Perlongher se exilió en San Pablo, Brasil. Poco antes de 1976, Fernando Noy (San Antonio Oeste, Río Negro, 1951), artista anfitrión de esta exposición, emigraba también a ese país para mantenerse con vida por pedido de su familia. San Salvador de Bahía fue su pasaje a la libertad, donde pudo experimentar su identidad sin restricciones en la catarsis de las noches de carnaval, donde fue reina entre las flores, los tocados y la desnudez.

El deseo de “vivir y amar libremente en un país liberado”, como lo expresaba Perlongher, resurgió con un nuevo impulso vital en 1983 con la recuperación democrática, en un lento proceso de reivindicación y visibilización de las identidades sexo-genéricas que llega hasta el presente. Los sótanos, los bares, las discos y también las casas fueron los espacios donde se gestó un arte veraz, entre el éxtasis y el terror. El movimiento contracultural posdictadura, del cual Noy fue protagonista tras su regreso a Buenos Aires en 1983, se abrió paso cuando aún persistía cierta inercia represiva. Era una “cultura colibrí”, evoca Noy para describir las apariciones en escena que se consumían con la fugacidad y la magia del vuelo del pájaro durante las décadas de los años ochenta y noventa.  

Cultura colibrí es una crónica poética de las fantasías under, entre la presencia cifrada de la violencia política y la crisis del VIH-sida. A través del imaginario del camarín y el carnaval, se suspenden las lógicas que regulan la vida cotidiana para dejar lugar a estados en transformación entre la extroversión y la intimidad. Son escenas dibujadas con maquillaje como refugio frente al dolor.»

Noy, el maestro de ceremonias,  nos recibe en su espacio con cortinas de cotillón color rosa chillón y nos lleva de paseo por su memoria relatándonos las aventuras, anécdotas y personajes con los que vivió su época. Nos invita al carnaval y al camarín en donde reina los testimonios y las crónicas de esta época.