¿Cómo no vermutear con Sara Gallardo? ¿Cómo no animarse a traer a la mesa, o a la barra, a Eisejuaz? Eisejuaz es una obra maestra porque tiene un trabajo sobre el lenguaje que pocas obras tiene. Muchos críticos y lectores la han comparado con Pedro Páramo, de Juan Rulfo, o con algunos libros de Guimarães Rosa, ya que logran construir un lenguaje propio para sus novelas y nos atrapan en él, tomando las hablas regionales y explorando con ellas una nueva forma literaria.
Tanto en Enero, la primera novela de Sara Gallardo, como en Los galgos los galgos como en Pantalones azules, posa su mirada en el campo argentino, en los terratenientes, en su hijos, en la clase social a la que ella pertenece, la “clase privilegiada”, la clase de “los dueños de la tierra” y, por qué no, “los dueños de la Argentina”.
Es bien conocido que el linaje de Gallardo tiene en su haber apellidos ilustres. Ella es descendiente de Bartolomé Mitre y de Ángel Gallardo, pero aún así tuvo la lucidez de salir de ese lugar. Narra su clase, pero desde la tensión, la mirada en la otra vereda.
Sara Gallardo, a pesar de pertenecer al conjunto de “los dueños del campo” se sabe que en su vida, y especialmente de chica, siempre prefirió perderse y compartir con los peones y la servidumbre. Esta elección y este vínculo estrecho que fue creando, se vio reflejado en su obra y en cada uno de sus personajes.
Se cuenta, quizás como leyenda o quizás no, que su marido Héctor Murena, la interpela y la desafía a salir de su narrativa, proponiéndole un escrito que la haga salir de su visión de clase. Así comienza otra historia: Gallardo emprende una serie de crónicas y otro formato de texto distinto al que estaba produciendo hasta ese momento. Así es como llega a Salta para realizar una serie de relatos acerca de la Virgen del Cerro y sus apariciones y allí conoce a Lisandro Vega.
¿Quién fue Lisandro Vega?
Hay quienes dice que nadie, que es pura ficción, y otros, que seguramente tengan razón porque está documentado, dicen que fue un hombre que perteneció a la comunidad Wichi, con quien hablo gallardo e inspiró la historia de Eisejuaz, un hombre que escuchaba voces y q era llamado a salvar a su pueblo, que estaba invocado (o condenado) por dios para cuidar a este Paqui, ese hombre blanco, enfermo que se le aparece en un momento y lo pone en la disyuntiva de a quien salvar.
Sara Gallardo redobla la apuesta de Murena y no solo se sale de su clase, sino que escribe este libro “alucinado” sobre Eisejuaz llamado por el Señor.
«Yo soy Eisejuaz, Éste También, el comprado por el Señor, el del camino largo. Cuando he viajado en ómnibus a la ciudad de Orán he mirado y he dicho: «Aquí descansamos, aquí paramos». Allí mi padre, ese hombre bueno, allí mi madre, esa mujer animosa con el hijo de encargue, allí tantos kilómetros saliendo del Pilcomayo a pies hicimos por la palabra del misionero. Allí mis dos hermanos. Allí yo, Eisejuaz, Éste También, el más fuerte de todos. Veo y digo: «Aquí se descansamos, aquí paramos». Los lugares no tenían nombre en aquel tiempo.»
Como lectores y lectoras, sabemos que toda ficción nos invita a pausar nuestras creencias y categorías para aceptar, aunque sea momentáneamente, mientras leemos, un sistema de creencias diferente. Este es el pacto de lectura que debemos hacer ante cada novela o cuento que abordamos.
Pero, con Eisejuaz nos sucede algo distinto. Nada se repone. Suspendemos nuestras creencias y solo nos devuelve un estado de vacilación constante. Eisejuaz duda de las certezas, de las creencias. Duda en qué creer y en qué no.
Eisejuaz sucede en un espacio muy distinto al que venía siendo escenario para las novelas de Gallardo. Se desarrolla en un pueblo al que la lluvia dejó aislado y, en él, el mundo de los indígenas (no ya patrones y peonada), pero sí un mundo de trabajo y explotación, en donde Eisejuaz tiene su propia batalla: un intento solitario y secreto, una redención que es creencia y a la vez resulta increíble.
No hablar. El silencio. No decir nada. No decir. En este arco del callar anda Eisejuaz. Una franja del silencio en el cual transcurre gran parte de la narrativa de Sara Gallardo. Un tópico que la atraviesa e invade su obra. Pero dentro de este silencio, en esta novela, aparece una nueva posibilidad para la lengua, un “idioma medio inventado” y una nueva gramática construida que se nutrió de lo que Gallardo percibió acerca de la parquedad del habla indígena y que convirtió en otra cosa. Gallardo crea una sintaxis en la que recrea la manera de hablar de ese hombre que nos saca del espacio tiempo, nos transporta a un lugar y un tiempo que no parece de este mundo, que no podemos ubicar en un aquí y ahora, parece que al leer estuviésemos escuchando las voces de Eisejuaz, fuésemos un poco él.
Manuel Mujica Laínez, escritor y amigo de Sara Gallardo, le envía una carta en la que también le habla acerca de Eisejuaz.
“Qué libro extraño y bello has logrado! No imagino cómo se te ocurrió ni cómo te atreviste a emprenderlo. ¡Qué audacia! Todo se ajusta en él a la perfección: la psicología del conmovedor, tan humano y santo, indio mataco; la atmósfera en la cual se desarrolla su vida; los personajes que lo rodean, encabezado por el infernal Paqui; el idioma con el cual Eisejuaz narra su historia terrible y absurda, una lengua que implica una verdadera creación y que manejás admirablemente de un extremo al otro del libro y que, me temo, sea contagiosa…”
Y sí, que siga contagiando.