– por Verónica Glassmann –
Anna Frandzman es psicóloga. Escribe sobre psicología, filosofía y literatura. Acaba de publicar su primer libro Trozeada. Allí juega con las palabras en la construcción y deconstrucción de sus sentidos, plasmando una novedosa propuesta poética. Una iniciativa en la cual se destacan los componentes gráficos y visuales del lenguaje escrito como el recurso más significativo de la obra.
¿Cuándo surge tu relación con la escritura?
En mi casa, afortunadamente, siempre abundaron los libros y las lecturas. Mi padre y mi madre solían leerse, leernos, como también preguntarnos sobre lo que leíamos. Tengo imágenes de mi padre sentado en la mesa que daba a la galería, escribiendo, leyendo, estudiando. Recuerdo la sensación de intriga cuando no podía descifrar aquello que estaba grabado en las hojas, la fascinación por ver las letras en el papel. Me urgía tanto acceder a ese espacio desconocido, ajeno; tan lejano y cercano a la vez. Rememoro una foto, en donde tengo alrededor de dos años, con lapicera en mano escribo garabatos a modo de palabras en una hoja. Recuerdo otra imagen, un tiempo después, ya en el jardín de infantes. Llevaba en la mano muchos papeles con jeroglíficos que hacían como si dijeran algo, simulaban la escritura en cursiva. María Malusardi, poeta argentina que me gusta mucho, dijo en una entrevista que le hice recientemente en Revista Ruda: “Creo que los recuerdos son una construcción especulativa de cosas que nos han pasado y que uno inexorablemente tergiversa o acomoda en función de un relato. Me refiero a un relato cotidiano, casero. A veces no sé diferenciar mi propio recuerdo de lo que me han contado, porque eso que me han contado lo reconstruí como recuerdo propio. La pregunta sería: ¿Es un recuerdo o es una construcción de un recuerdo de otros? Entonces creo que el recuerdo es una ficción, parto de esa idea.” Jacques Lacan dice algo parecido cuando plantea que toda verdad tiene estructura de ficción. No sé cómo nació mi relación con la escritura, pero esta es la ficción que, a partir de pequeños trazos, como hilos, que me contaron, que me conté, elaboré como mi historia.
¿Cuáles fueron las primeras lecturas poéticas que te inspiraron a escribir?
Conservo aún mi libro de cabecera de la infancia, Tengo un monstruo en el bolsillo de Elsa Bornemann. No olvidaré nunca la sensación en el cuerpo la primera vez que leí la línea “se me vino el alma al suelo” dicha por Inés, la protagonista. Creo que en ese momento quedé absorta por la posibilidad de que un personaje pueda sentirse como yo me sentía. Su forma de transitar, expresar sus emociones me ayudaba también a poder ponerle palabras a las mías. Esa lectura, que luego abrió la posibilidad de muchas otras, me llevó a asistir a talleres literarios de muy chica. Leíamos a Poe, a Kafka, e inspirada por esas influencias, me animé a empezar a escribir.
¿Por qué decidiste elegir hacer poesía visual en vez de la escritura de poesía en forma tradicional?
No creo que haya sido una elección, en el sentido de una decisión, sino que surgió de manera espontánea, orgánica. Asimismo, no solo me expreso a través de la poesía visual, o concreta, sino que también escribo notas, hago entrevistas, incursiono en otros tipos de poesía. No considero que sea una posición disyuntiva sino más bien expansiva de como soy tomada por la palabra, la manera en la que me dejo afectar por la letra, permito que me invada, me intoxique. Esto es, sin duda, un ejercicio, asiduo e infinito.
¿Cómo definirías a la poesía visual?
Diría que el efecto más interesante que logra la poesía visual es agujerear lo que se escucha a través de lo que se ve. De este modo, crea un poema, genera cierta novedad, una invención a partir de intervenir lo que existe. Me gusta mucho pensarlo como una nueva lectura. Este movimiento la distancia de la poesía tradicional a la vez que la liga a ella, como diría Antonio Porchia “nos une todo lo que nos separa”. Lo que me convoca especialmente de la poesía visual es su carácter lúdico, su subversión respecto al sentido de lo común; su capacidad de incomodar.
¿Qué es Trozeada? ¿Cómo surge la idea de jugar con la palabra, construyendo y deconstruyendo sus sentidos?
Pablo Picasso dijo “yo no busco, encuentro”. Algo de esto fue lo que pasó con Trozeada. Nació como un efecto de lectura y de escucha, que derivó en una forma de escritura. Lo pienso, y también me gusta decir lo siento, porque es en ambos registros que me atraviesa; como un acontecimiento en el sentido deleuziano. Como ese instante fugaz en donde lo que se dice se transforma en otra cosa. Un corte que, cuando sucede, hay algo que no puede volver atrás, ya no se escucha lo mismo, ni de la misma manera. Por eso es que digo que fue un hallazgo porque no estaba buscándolo, sino que más bien se produjo como una sorpresa, como un golpe de dados, diría Mallarmé, que quebró los enunciados y me permitió acceder a otra enunciación. Trozeada es un modo de resaltar de lo que se dice su negativo, su reverso. Su apuesta más fuerte es generar nuevo movimiento a partir de la sustracción de una o varias letras de una palabra. De este modo, genera un espacio, abre un lugar, hace una distinción, revela algo al mismo tiempo que se rebela contra algo. Como escribió Bárbara Ali, gran poeta, en la contratapa de Trozeada (2021, Editorial Zeta) “revelarnos contra los sentidos anquilosados”, porque el juego al que invita es a sublevarse con respecto de lo instituido, des(a)nudarse, des(a)pegarse, de(s)velarse.
¿Cómo es la experiencia de exponer Trozeada interviniendo distintos espacios?
Podría decir que es una experiencia que me interpela bastante, no quiero que la propuesta pierda su carácter lúdico, entonces busco hacerme preguntas cada vez. Trozeada nació en la pared de mi departamento, cada palabra que surgía la escribía en un papel y la pegaba. Jugaba a armar oraciones, a veces ponía ciertas reglas; leer todas con el paréntesis, sin el paréntesis, una sí y una no, leer tres por dos. Otras veces me dejaba llevar por la intuición. Me grababa haciendo esas lecturas, y luego me inmiscuía en mi voz, que una vez fuera de mí, la sentía como otra, al estilo Rimbaud. Y en ese formato, fue como salió al exterior. Siguiendo esa lógica, el armado se volvió distinto cada vez, dando lugar a la aparición de lo singular. Pensar el libro también fue un gran desafío, ¿cómo materializarlo sin que pierda movimiento? Leí hace tiempo, ya no recuerdo dónde ni de quien, que la inquietud es una oración sin terminar; lo que busqué con el libro tiene que ver con eso, con un armado que no tenga principio ni fin, que no sea unívoco, sino justamente lo contrario, que su lectura funcione como un traspié, que equivoque sentido, que permita elongar el pensamiento, sentir el relieve de la lengua. Trozeada es una oda al movimiento.
Créditos de foto portada: Damian Luppino