Dos costumbres. Un vermut y un libro compartido. Una breve reseña que es, también, una conversación. Clásicos y Novedades. Lo último, lo que se reeditó y lo que nos invita a ser leído nuevamente. Lo que amamos, lo compartimos el último jueves de cada mes.
Hace diez años, en la calle Princesa de Barcelona, entré por primera vez a una vermutería. La puerta, angosta y baja, nos invitaba a un espacio descendido tres escalones de la altura de la vereda y bastante oscuro. Mesas pequeñas y unos taburetes nos aguardaban. Era verano. Habíamos intentado, en vano, entrar a un museo que ostentaba una fila interminable de turistas, como lo era yo en ese momento, y desistimos, ya que no estábamos para filas. Estábamos para reencontrarnos, para recuperar el tiempo perdido por los 12,000 km que nos separaban y para aprovechar al máximo cada minuto de esas tres semanas de verano compartidos.
Nos sentamos cerca de la puerta, en la única mesa libre de un anochecer de julio. Pedimos un vermut cada uno. Nos lo sirvieron en un vaso bajo y ancho, con una aceituna, hielo y una rodaja de naranja. El vermut era sin soda. No había soda ni lupines, como en la casa de mi abuela.
Pedimos otro vermut con unos pinchos y unos boquerones y, después, otro vermut más. Y otro más. Así pasamos gran parte de la noche entre vermut y vermut, hablando de literatura. Nos pusimos al día con lo que habíamos estado leyendo en estos últimos años, lo que nos recomendábamos, lo que seguro nos iba a gustar leer.
No hubo mejor encuentro ni mejor fusión que el vermut con la literatura. Novedades, clásicos, lecturas muy viejas que era necesario volver a ellas para comentar o discutir. Leer y releer para compartir.
El vermut siempre fue más que una bebida. Es una experiencia cultural. Primero, en la mesa de la casa de los abuelos, el domingo al mediodía, con la Fórmula 1 de fondo, las voces casi a los gritos, con esa impronta de inmigrante que había por ahí. Luego, el vermut en las calles, los bares, los lugares de moda y también en el hogar, donde buscamos distintas marcas para compartir, ya no la carrera o la previa a los partidos, sino la literatura, los libros y el amor por ellos y cada una de sus historias.
Así, atemporal en todos los sentidos, el vermut va muy bien con los libros y la literatura